Debe ser verdad que no existen.
Nadie con el valor suficiente como para definirse a sí mismo
especialista en sobrevivir a esto que llamamos vida.
Nadie que no haya desfallecido en alguna ocasión al
embarcarse en una historia de amor sin un Pepito grillo gritando que si se ve
capaz, desde luego, lo disfrute, pero que no se olvide de olvidar.
Nadie tan temerario como para saltar sin mirar abajo
primero. De la misma manera que, nadie que no haya deseado saltar en algún
momento.
Nadie que no haya intentado soñar despierto y, después
culparse por ello obligándose a volver a la realidad.
Nadie que no mire con miedo una habitación de hospital.
No existe templanza suficiente cuando la palabra “cáncer”
aparece en medio de la frase. La mirada se congela en el suelo y el miedo ocupa
todos los lugares que hasta hacía un segundo pertenecían a la esperanza.
No hay en el mundo persona capaz de emprender un viaje sin
decir adiós, ni maleta lo suficientemente grande. Tampoco hay nadie que no
rebobinara si pudiera y, probablemente la cagaría más que acertaría.
Nadie que no revise su arnés dos veces y, en plena caída,
dedique un milisegundo a insultar su temeridad.
Nadie al que le haya gustado el tabaco tras la primera
calada.
Nadie a quien no le hayan temblado las piernas con una mirada o a quien ni una sola noche se le haya hecho demasiado corta.
Mírame a los ojos y dime que no existe nadie así.
Y mucho menos tú y yo.
A nosotros, que podríamos llorarnos tardes enteras y
arreglarnos en lo que nos dura una cerveza.
Las personas como nosotros, que se empeñan en enredar las cosas haciendo
lo contrario de lo que buscan. Buscando un perfecto orden en un mundo de por sí
desordenado, calles desconocidas y habitaciones llenas de mierda. Viendo el
encanto a todo nuestro alrededor durante un ínfimo segundo.
A mí, que creo que una habitación jamás está lo
suficientemente desordenada como para vivir en ella.
A ti, que cambiar
algo de lugar te supone un puto suplicio y, si alguna vez lo haces, lo haces
deprisa y con los ojos cerrados, no vaya a ser que tu cerebro llegue a
procesarlo.
A nosotros que, aun armando el nudo más grande de la cuerda,
al final del todo y casi a escondidas, nos pasamos por debajo de la mesa el
cabo del otro para poder encontrarnos si alguna vez nos volviera a hacer falta.
Tú dame un margarita de más y soy capaz de hacerte enrojecer
en un bar.
Tan solo déjame probarnos y haremos de esta noche, sin duda,
la peor de las mejores.
Para que por si preguntan, la escusa sea "unas de las de
tantas que todavía nos queda por brindar".
Dime con tu voz de persona responsable “Contigo hasta
siempre en los próximos cinco minutos” y haré que sean los cinco minutos más
largos de tu historia. O de todas las que tu futuro te permita inventarte.
Pero un aviso te hago, por más que te suplique, prométeme que
jamás me dejarás escribirte nuestro final. Prométemelo como sólo nosotros
sabemos que se cierran las promesas. Bájate los pantalones y súbete a
la barra. Y grítame. Grítame todas las cosas que te has callado.
Soy capaz de dejarte hacer esta noche todas las cosas
estúpidas que se te han pasado todos estos años por la cabeza y te ha temblado
el pulso al imaginarlas.
Como amiga te diré el famoso ahora o nunca.
Así que adelante, sal corriendo en pijama de tu cama con los calcetines
de cada color, grita por la calle que te follarías a tu vecina, sal en pelotas
al balcón, haz la croqueta en la cuesta de tu pueblo, o marca el número
prohibido y permítete oír su voz.
Dile un “Tú te lo perdiste” y vuélvete a rendir. Cuelga el
móvil y roba algo bonito, algo más que una sonrisa, deja de ser tan moñas.
Dime lo que nunca te has atrevido.
Por una noche, olvídate de mi móvil cuando las cosas vayan
mal. Sobrevivirás.
Imagínate en mi mente y simplemente, déjate llevar. Estoy
segura que uno por sí mismo, se puede guiar.
Baila con la más guapa del bar.
Ríete de todas las desgracias y olvídate de que mañana todo
vuelve a empezar.
Algo nuevo ocurrirá.
Ese es el mejor consejo que te puedo dar.
Pues bien.
Mírame a los
ojos.
Sólo lo diré una vez.
"Hoy me haces falta".
Que insegura me hace sentir el decirlo en voz alta.
Es como
si al decirlo esperara un cambio en toda esta situación.
Te reirías si te digo que casi me imagino que fueras a
aparecer.
Enchufo la tele y busco algo que leer.
Algo que me lleve a otras
vidas diferentes de la mía.
Confiar que en el transcurso de las páginas está la solución.
No veo el momento de dar con ella.
Ya no soy lo que solía ser.
Ahora lo hago todo a la vez.
Te sorprenderías.
Tengo mil historias que contarte.
¿Para cuándo ese
café?
AMB