sábado, 3 de diciembre de 2016

Bienvenidos a mi leonera personal

                                               
Madness- Muse




Mis sentidos se agudizan.
Soy un felino intentando sobrevivir en esta oscuridad.
Mis garras deciden avanzar y esta vez no voy a pararlas.
Confío en ellas.
Se lo han ganado.
Han desgarrado alguna que otra conciencia y han dejado cicatrices al pasar.

A veces, la cosa solo consiste en tener las uñas afiladas. 
Nunca sabes cuando las vas a necesitar.

Me concentro en mis sentidos. 
Los músculos adoptan la tensión del escrutinio. 
Cualquier distracción podría resultar fatal.

El corazón prepara a mi cuerpo para atacar, 
en cualquier momento, 
ante cualquier variación del aire, 
ante cualquier sonido que delate la posición.

Enseño los dientes y permito que vean los colmillos afilados. 
Sé que hay ojos observándome, 
esperando el momento oportuno, 
el momento de saltar.


No respires.
Ya no hay vuelta atrás. 

Bienvenidos, a mi leonera personal.







miércoles, 4 de mayo de 2016

Entre raíles

                                                                                           El viaje más largo empieza, siempre, con el primer paso



Somewhere Over the Rainbow


Todo empieza con un ordenador un día cualquiera.

Y nueve años más tarde me veo montada en un tren hacia, simplemente, el siguiente país... ya veremos cual será.
Donde nueve años de distancia los pone fin un avión, y consigo por fin, asociar un olor y una sensación a nueve años de imaginación.

Un aeropuerto es el lugar donde, finalmente, continuaron nuestros, hasta ahora, siempre puntos suspensivos.

En una experiencia extraña en la que despiertas en París, paras a comer en Bruselas y terminas durmiendo en Amsterdam.
Donde los rostros que encuentras a tu alrededor no se parecen en nada a los de casa y ni hablar del idioma...
 
En un sin parar de días en los que todo lo que necesitas cabe en una mochila que no pesa más de 10 kilos y tu posesión más preciada pasa a ser de nuevo algo hecho de papel. 



 Me imagino como un punto en movimiento en el mapa, marcando con la punta del lápiz el lugar en el que me encuentro mientras trato de evitar echar la vista abajo y ver todo lo que me separa de lo y los que conozco.
Al final, acabo cerrando el mapa por esa línea que son los pirineos tratando de autoengañarme para así negar la existencia de esa península durante los próximos 20 días...No vaya a ser que aparezcan tentaciones de volver a casa. Y eso es, ahora mismo, totalmente impensable. 

Necesito demostrarme a mí misma que puedo hacer esto
Sé que puedo salir de mi zona de confort y disfrutarlo. 
                                 ¡Y vaya si lo disfruté!

Quién me iba a mí a decir que un tren puede ser tan cómodo y hacer las veces de casa.
Y las estaciones... con sus bancos fríos, las que los tenían.
Esas horas de espera, esas voces metálicas que anuncian tu tren, las carreras por entre los andenes y el perfeccionamiento de la técnica de "esquivo o derribo" en plena maratón.

Recuerdo la sensación de estar tan cansada que dolía hasta reír, los chupitos de veneno en un karaoke cualquiera y la bronca de la policía simplemente por no saber el camino de vuelta a casa.
También recuerdo el silencio al sabernos juntos el último día... El minuto que marca la diferencia entre Budapest o Viena., la decisión de pedirle al viaje un día más los tres juntos. 

El evitar que fuera en Praga la despedida, empeñados en retar al tiempo y, en definitiva a lo inevitable, cogerle ventaja al destino, y dar el último abrazo entre lágrimas, a punto de perder el último tren a las 6 de la tarde.
 Separarnos en Roma y no parar de llorar hasta Milán.


                        Expertos en apurar hasta el límite.

                      
                         No he vuelto a coger un tren desde entonces. 

Pero a menudo me fijo en aquellos que los esperan en la estación, y mentiría si dijera que no nos veo a nosotros tres cantando y bailando, hablando de estadísticas o simplemente escuchándonos hablar por teléfono con “dios sabe quién “ y pensar “a saber qué coño le estará diciendo”. 
 Curarnos los pies hinchados y aprender las manías y rituales de cada uno: el brasileño siempre prefiere la litera de arriba y al colombiano le cuesta despertarse una media de 40 minutos.




Esa mezcla de culturas que fueron los veinte días en que se construyó nuestra torre de Babel
En la que una pregunta se hacía en castellano, se contestaba en portugués y se vivía en inglés.


Pienso en nuestra aventura y no puedo evitar llevar la cuenta de la hora en la que estaréis vosotros cuando para mí son las 3 de la tarde. Joder ojalá fuera más fácil quedar simplemente a tomar un café; ojalá no tuviera que esperar años en volvernos a ver.


 
Un brasileño, un colombiano y una española. 


A saber cuándo se vuelven a ver...


                                  


                                           ...en una de éstas.

AMB